miércoles, 8 de mayo de 2013

Texto teatral I



Un salón de boda con las mesas puestas y todo preparado para el banquete ceremonial, pero completamente vacío e iluminado con la luz cobre y tenue propia de un atardecer en la ciudad.
A la izquierda, están María Eugenia (tercera edad, vive de la pensión de viudedad de su marido) y Don Martín (mediana edad, enseña historia en un instituto público). Ambos están vestidos de forma muy elegante.
A la derecha, en otro plano un poco más alejado, se encuentra  Isabel, una chica joven y morena vestida de novia sentada en una silla cerca de una de las mesas del banquete. Se está quitando los tacones (va por el segundo) y se hace un masaje relajante en los pies a sí misma.  A su lado, en la mesa está su ramo de flores, en el suelo, su velo.

-Mª Eugenia: Pero qué inocentón es usted… Ella está embarazada y por eso se iban a casar.
-Don Martín: ¿Y cómo está tan segura?
-Mª Eugenia: Está claro ¿no? Son demasiado jóvenes para casarse.
-Don Martín: Eso es cierto… ¡Pero se les veía muy enamorados!
-Mª Eugenia: De eso nada, los jóvenes de hoy en día no tienen ni idea de lo que es el amor. Se casan, se aburren, se divorcian, luego se vuelven a casar, que si custodia compartida que si no se qué... No como mi Anselmo  y yo… Aún recuerdo la cantidad de flores me dejaba en el alféizar de mi ventana cuando todavía éramos unos críos… y esa tarde de abril en la que se presentó en mi casa diciéndole a mis padres que ninguna fuerza en el mundo lo movería de ahí  hasta que no fuera su esposa (se ríe). ¡Mi madre le arrastró de las orejas por todo el pueblo!

(Se ríen los dos)

-Mª Eugenia: (Suspira)… ¡Eso sí que era amor! Nos queríamos día y noche. Aunque el tiempo debilitara nuestros huesos (por lo que fuimos dejando los paseos en bicicleta por el lago), jamás debilitó esa pasión. No pasó un momento sin que nos hiciéramos saber lo grande que era lo nuestro mediante palabras, miradas, gestos,… no solté su mano hasta... (se queda unos segundos pensativa en silencio, mirando a la nada).


(Isabel se quita el moño y se peina la melena con los dedos)

-Don Martín: Ah,... ¿y entonces, se puede saber por qué no ha aparecido el novio?

-Mª Eugenia: ¿Pero bueno, es que tengo que explicarle todo o qué?
(Se acerca Isabel a la mesa que hay justo al lado de Mª Eugenia y Don Martín para coger una bandeja de plata. Ellos mientras tanto la siguen con la mirada hasta que se vuelve a sentar.
Ella, mirándose en el reflejo de la bandeja de plata se desmaquilla con una de las servilletas de tela que hay colocadas en la mesa que está a su lado.)

-Mª Eugenia: El novio no quiere hacerse cargo del bebé. (Le dice a D. Martín a modo de secreto)
-Don Martín: ¡Pobre criatura!
-Mª Eugenia: Sí, la verdad… crecer sin una figura paterna le será muy duro…

(Don Martín mira de manera indiscreta a Isabel mientras ésta sigue desmaquillándose, ajena a la conversación)
-Don Martín: Pues ella está delgada…

-Mª Eugenia: Llevará corsé para disimular, o alguna faja. Las mujeres sabemos muchísimas formas y trucos para que no se noten esos kilitos de más.

(Los dos la miran)

-Don Martín: No se… En realidad no me cuadra nada. Ella siempre ha sido una muchacha inteligente y cauta, o por lo menos es lo que dicen. Lo siento, pero no me pega nada que haya cometido tal insensatez a su edad.
-Mª Eugenia: Bueno… ahora que lo pienso, en la vecindad se la tenía como una buena niña: atenta, trabajadora, siempre ayudando a su madre… Puede que tenga usted razón, Don Martín.
-Don Martín: ¿Y si simplemente él se ha largado con otra?
-Mª Eugenia: ¡Ya está! (sobresaltada) ¿Ella no tenía una hermana mayor? (Don Martín afirma con la cabeza, desconcertado) ¡se ha largado con la hermana! (dice totalmente convencida)

(Isabel se empieza a quitar los abalorios (pendientes, collar, pulseras,…)

-Don Martín: ¡Pero qué dice mujer!
-Mª Eugenia: ¿Y entonces por qué tampoco ha aparecido ella a la boda de su propia hermana?
-Don Martín: A ver si va a ser usted la que no se entera, Mª Eugenia… La hermana lleva media vida viviendo en Alemania, de hecho se casó con un alemán y no habrá venido por que no tendrían con quien dejar a los niños.

-Mª Eugenia: Como usted diga…

(Isabel  se acerca a una de las mesas que se encuentran cerca de los dos charlatanes y coge la jarra de agua que hay encima. Don Martín le hace señales de silencio a Mª Eugenia al ver que la joven se les acerca. Isabel deja la jarra en la mesa, coge el ramo de flores del suelo y empieza a deshacerlo y quitarle el envoltorio de plástico.).

-Don Martín: Bueno sea como sea, la han dejado plantada en el altar, y eso es un hecho inmutable.
-Mª Eugenia: ¡Es algo embarazoso! …Pobrecilla.
-Don Martín: Tan joven y con las esperanzas rotas.
-Mª Eugenia: Se la ve muy tan alicaída… debe de estar destrozada.
-Don Martín: Ella se había ilusionado con ese chico.

(Isabel coloca con cuidado las flores en la jarra de agua)

-Mª Eugenia: ¡Sinvergüenza, no tiene otro nombre! Hacerle ilusiones a una chiquilla inocente para luego dejarla en la estacada…

(La miran con pena)

-Don Martín: Está bien. Me figuro que en este momento querrá estar sola.
-Mª Eugenia: Sí, con todo lo que ha pasado, deseará un momento de tranquilidad, no deberíamos molestarla más, vámonos Martín.

(Mª Eugenia coge del brazo a Don Martín, le echan un último vistazo a Isabel y ambos hacen mutis pos la izquierda. Isabel limpia con una servilleta un poco del agua de las flores que se ha caído en la mesa. En cuanto termina, se dirige al centro del escenario.).

-Isabel: Antonio, mi querido  Antonio… quién iba a decir que tras cuatro años de lucha y perseverancia decidieras escuchar a mi corazón en vez de al tuyo. Y pensar que ayer me despedía de mis sueños. Que le decía  adiós a todas las aventuras por el mundo que planeábamos Sara y yo de niñas. “No más cuentos de hadas, no más perder la cabeza, no más episodios imprevisibles, no más caos en mi casa, no más “mi casa”...”. Y ahora estoy aquí, pudiendo hacer mis sueños realidad, preparando mis alas para volver a echar a volar. Yo te amo Antonio, cuánto te amo… Pero amo más mi vida, y ha resultado ser que compartimos ese amor. Finalmente, no sólo lo has comprendido, sino que has tomado parte en ello para que salga adelante. Claro, que me hubiese gustado que hubiera pasado de otra manera, pero a la hora de elegir entre dos cosas que le importan tanto a uno, la consecuencia siempre será algo dolorosa. Jamás imaginé tu amor fuera tan grande como para renunciar a mí ante mi felicidad. Me has dado el más grandioso regalo que nadie más que tú me hubiese podido dar: ese impulso que tanto necesitaba. Gracias.
(Isabel hace mutis por la izquierda)


                                                         FIN.

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