viernes, 11 de noviembre de 2011

¡BOOM!

Se despertó ahogado de culpa, envuelto en un gozo salado. Llevaba demasiado tiempo esperando calmar el deseo que cada día le enturbiaba más y más el pecho y esta vez, lo había conseguido. Por fin, el día anterior había cerrado el libro sagrado del silencio que llevaba tanto tiempo abierto, y que , el cerrarlo, provocó un estruendo que arrasó con todo lo que había alrededor. Por desgracia, este triunfo no resultó ser tal y como lo esperaba.


Y, ¿por qué?- se preguntaba mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo de tela con una "C" bodrada. ¿Por qué anoche no sentía más que el adarme de un sentimiento que termina por mojarte las manos y hoy navego en esta marea de olas encarnadas?¿Por qué no puedo arrancar estos crecidos abrojos de mi campo de sueños?...Pensé que sería más fácil, pues, a pesar de llevar la sortija de ese rufián, ella siempre me perteneció, entendí que me necesitaba tanto como yo la necesitaba a ella, que el anhelo de volver a besarme rompería todo pudor en su mente y así aceptaría huir conmigo.
Susurrándose a sí mismo estas palabras recorría de un lado a otro la cochambrosa habitación de aquel motel de carretera.
Ayer, tras beber el licor de la elipsis, había nombrado a su acto como exento, pues cualquiera hubiese hecho lo mismo en su lugar.
Él no pudo soportar que al probar ella los tragos de su boca, él los recibiera callados. Que la llama de amor que alimentaba, en ella, aparentase ser una mecha.
No aguanto más esta incertidumbre- pensó. Los nervios me están comiendo poco a poco, y mi propio aliento me va quemando por dentro...Tengo que volver a verla. 
En ese momento salió corriendo de la 106 dejando la puerta abierta a su paso. Bajó brincando las escaleras de emergencia, pues no cabía en él una sola gota más de paciencia para esperar al ascensor. Llovía. Llegó al coche exhausto y con la vista manchada. No diferenciaba entre agua de lluvia y sudor. Metió con poca maña la llave en el coche y entonces la vio. Se paró el mundo, o al menos, así lo creía él.
Estaba más clara y delicada que nunca. La turmalina que hilaba sus cabellos brillaba como si reflejara la luz de los astros tal y como lo hace la noche, y entre ellos, se podía advertir un rostro sereno por el cual se deslizaba una lágrima helada; su cuerpo tapado por una sábana bordada a mano inspiraba una calma que tan solo hemos sentido arropados por el vientre materno.
Él se aproximó a ella con una expresión tan pura, que resultó inefable. Tomó su mano despacio y la besó.

Ese beso fue el más sincero jamás contado. Para su desgracia, el de ella lo era también. Entonces hubo un gran silencio.
Fue en momento cuando al fin, lo entendió todo. Sin dirigirle una palabra a ella, tomó el volante y arrancó en coche.
Pensaba que ella se fundiría en él como el agua en la arena en el mar. Creía que la ráfaga de pasión que había creado entraría sin llamar a las puertas del alma de ella para así bailar al son del tic-tac que le daba vida.
Si, le daba vida.


                                             

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