lunes, 27 de febrero de 2012

Carne para el poeta

Cae el telón.


Esos estúpidos rostros apatatados comienzan a deshilacharse junto con con el perder la ropa sin más.
Cerrando el libro sagrado de las mentiras lavo las marcas de pezuñas en mi camisa. Por supuesto, no se van. Probaré con gaseosa.


Cariño, eres la mejor manera de destrozarse.
Porque no sólo pusiste un húmedo candado a mis ojos con la intención de que jamás viera tu sádico desajuste de la realidad, sino que decidiste grabarme cada día en lo más superficial de mis pupilas el astuto cuento que querías contar.


¿A quién quieres engañar?


Te crees el dueño de todo hasta estando al tanto de que quemas cada cosa que tocas.
Tocas con tu largo axón el mundo entero, aún sabiendo que ya eres el mundo para alguien.
Buscabas un estímulo falso, una musa de plástico a la que escribirle tus palabras de alquitrán, sin embargo, no te tienes que preocupar, se me da bien olvidar las cosas innecesarias.


-Ya no queda miel.
-Bueno, es un alivio que te quitas de encima.
-¿Qué quieres decir con eso?
Silencio (in)cómodo.


Buscando la inspiración, has encontrado materia para escribir y todo el tiempo del mundo.
Al parecer, somos inmunes a las noches de gloria.


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